La jurisprudencia humana dice: «Toda persona es inocente hasta que no se demuestre lo contrario».
La jurisprudencia Divina dice: «Toda persona es culpable hasta que no se demuestre lo contrario».

Y es que es muy difícil encontrar a alguien que admita su culpabilidad cuando hay un conflicto, o hay un daño causado o una ofensa infringida; la culpa siempre la tiene el otro, la otra…

Este rasgo lo llevamos todos en la genética heredada de nuestros primeros padres, Adán y Eva. Cuando Adán y Eva desobedecieron el mandato de Dios, se escondieron entre los árboles del huerto.

Dios le preguntó a Adán: ¿Has comido del árbol que yo te mandé no comieses? Génesis 3:11 Adán respondió: »La mujer que me diste por compañera me dio del árbol y yo comí» Génesis 3:12. Es decir, Adán no admitió su culpa de desobediencia, ¡le estaba echando la culpa a Dios! Entonces Dios dijo a la mujer: »¿Que has hecho?» Génesis 3:13. La mujer respondió: «La serpiente me engañó» Génesis 3:13

Vemos que ni Adán ni Eva reconocieron que habían desobedecido en la misma cara de Dios. ¿Y nosotros? ¿somos mejores?

Hoy podemos ver por doquier el mismo carácter de nuestros primeros padres: yo no fui, yo no tuve la culpa, yo no tengo la culpa, la culpa la tuvo él, la culpa la tuvo ella, la culpa la tiene mi suegra, por culpa de mi cuñada, por culpa de mi cuñado, la culpa la tiene la sociedad, lo culpa la tuvo el árbitro, la culpa la tiene el míster, la culpa la tiene el gobierno, la culpa la tiene la empresa, la culpa la tiene el director, la culpa la tiene el médico, la culpa la tiene el maestro, la culpa la tiene el cura, la culpa la tiene el pastor…

Pero Yo no tengo la culpa, tengo mi conciencia tranquila…

Y es que el mecanismo es siempre el mismo. Es mas fácil culpar que reconocer.

Anécdota:

Un diplomático inglés, en el siglo XVII, fue invitado por el rey de Francia a visitar el interior de una galera de remos, donde estaban los condenados por la justicia francesa.
El diplomático inglés tenía autorización para dar libertad al que él escogiese de entre todos, como deferencia, honor y reconocimiento del gobierno francés; con las manos atrás y la típica flema inglesa; lentamente fue preguntando a los reos uno por uno:

– Amigo, ¿que hizo usted para ser condenado a esta terrible pena?-

-¡Fue por un error judicial, soy inocente!- contestó el condenado.

-Vaya, lo siento- continuó con el siguiente: – Amigo, ¿que fue lo que le ha traído hasta aquí?-

-¡Por culpa de un amigo que me traicionó! Debería estar él y no yo- contestó, a lo cual respondió -Vaya hombre, lo siento mucho-.

Así iba caminando e interrogando uno por uno. Todos se exculpaban de responsabilidad por los delitos cometidos y culpaban a otros. Así, el diplomático llegó a otro haciendo la misma pregunta: Amigo, ¿que es lo que usted hizo, porqué se encuentra en esta terrible condena?

El reo le contestó: -Me encuentro aquí por mi culpa, considero justa esta condena ya que maté a un hombre inocente y solo he hecho lo malo en la sociedad, no soy digno de vivir, estoy arrepentido-.

Al escuchar a este condenado, el diplomático inglés se volvió al oficial del barco y al funcionario y alzando la voz clamó: ¡Este es el hombre que elijo, debe salir de aquí inmediatamente! ¡No es justo que un hombre tan malo, esté en medio de tantos hombres buenos, ya que los puede contaminar! ¡Quítenle las cadenas rápido!

Dice el Señor Jesucristo: »No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento»